El aterrador y liberador dolor de perder a un padre

Por: Silvia Ardila Gómez

La mayoría de edad no me llegó a los 18 años, eso fue una ilusión, sino hace cerca de dos años, cuando murió mi papá.

Nada de lo que había vivido antes pudo compararse con ese dolor tan devastador; ni migrar, ni un divorcio, ni perder un trabajo, ni las cosas retadoras del día a día por las que todos pasamos desde nuestros pequeños universos.

Porque él se fue y yo me quedé aquí, hablando sola y con el mundo a cargo, sin su supervisión y observación permanente. Él siempre estaba a una distancia respetuosa para que yo viviera pero lo suficientemente cerca para que alcanzara a ver mi mano si la alzaba pidiendo ayuda y así pudiera  correr a sostenérmela.

Nadie celebraba mis triunfos como él, y ahora ¿a quién le muestro mis logros grandes o pequeños? Entonces pienso, hice muchas cosas por hacerlo feliz y que se sintiera orgulloso y esa fue mi motivación para varias cosas. Ya no, ahora es diferente, ahora lo hago por mi y porque quiero ser un buen ancestro para mi hija. Y,  porque ya soy un adulto compuesto de miles de cosas: sus enseñanzas, las de mi madre, experiencias de vida, mi personalidad, mis circunstancias, mi gente. Pero ya no es por él, ya no, él ya no lo necesita y yo tampoco. Esta fue mi primera liberación.

Cuando papá  se enfermó  no hubo tiempo para abrazos porque el maldito Covid no nos dejó acercanos.  Mi último encuentro con él consciente fue a través de un vidrio. Al día siguiente entró a un hospital del cual no salió más con vida. Y cuando eso pasó ¿a qué me aferraba con tanta incertidumbre, con tanto miedo? ¿qué herramientas cargaba para no derrumbarme al verlo apagarse en la odiosa agonía de una UCI?

Rezar no era lo mío aunque lo hice, encontré entonces consuelo en la meditación y en ver la muerte como el proceso natural y mágico que es, en entender qué yo soy mi papá porque existo gracias a él, estamos unidos por siempre, solo que de otras formas y eso ha sido mi paz.

Antes de su enfermedad yo no sabía nada de la muerte ¿y cómo iba a hacerlo si de eso no se hablaba?. Y esta es mi segunda liberación: de la muerte si se habla, este tema no es un tabú y con mi hija estoy rompiendo este ciclo. Ahora hasta celebramos el día de los muertos.

La meditación y lo que en mi familia se considera pensamiento “mágico” me ha hado gran tranquilidad. A veces veo a mi papá en las mariposas que pasan, le hablo al arbolito que le sembré, siento que me visita en los días en que estoy sola en casa. También creo en los chakras, en la carta astral, en la conciencia plena, en el poder de las plantas y muchas cosas más que antes de la muerte de mi papá no había ni considerado mirar.  Y aquí viene una nueva liberación: me permití creer en lo que me dio paz y me reconfortó el alma sin que me importe lo que nadie piense.

En cuanto al duelo lloré mucho los primeros meses, especialmente cuando estaba sola, porque muchas veces quienes pasamos por un duelo no queremos cansar a los demás con nuestra tristeza, más con una hija pequeña, quería que supiera que la tristeza es una emoción natural pero no que me viera llorar todo el día porque temía hacerle daño con eso.

Recuerdo conducir a casa tras dejar a mi hija en el colegio y poner el Waltz N.2 de Dmitri Shostakovich que tanto le gustaba a papá y llorar en el carro. Y llorar y llegar a casa y lavarme la cara y adelante, a trabajar.

Un día,  al compartir esto,  un médico que me ha ayudado a navegar la inquietud de mi mente me dijo “estás haciendo un duelo incompleto, tienes que encerrarte y llorar tres días seguidos, pon la canción triste 8999 veces, grita,  hasta que no salga una lágrima más”. Me pareció un consejo extraño pero lo hice, le pedí a mi esposo que me dejara sola y todo un fin de semana lloré hasta que ya me daba como risa llorar tanto y funcionó bastante bien.

Desde ese día saqué ese dolor atascado y ahora fluyo mejor con él, ya duele distinto, lo extraño mucho, algunos días es más duro pero la gran mayoría me permito ser feliz con su ausencia y con la persona en la que me convertí también gracias al maravilloso papá que tuve pero también gracias a su muerte. A veces me pego una una lloradita y sigo existiendo porque ahora el adulto soy yo, el curso preparatorio terminó, yo estoy a cargo.

Dedico este escrito a mis hermanos Sara, Felipe y Adriana, cada uno ha navegado lo mejor que puede por esto y a todos quienes han pasado por una pérdida. Y a mi papá, el mejor que pude tener, y aún tengo.

 

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