Ser mamá de una niña

Esta ha sido la experiencia desde mi piel, de ser mamá de una niña

Fui mamá a los 33. Me gustó estar embarazada, me sentía muy especial y me asombraba  ver como mi cuerpo se iba transformando.  Me encantó tener a tanta gente emocionada cerca de mi celebrando cada día en medio de una espera muy amorosa.

Pero también pasé por el sueño excesivo del primer trimestre, el reflujo permanente que debió hacer crecer las acciones de Gaviscon en Colombia y una cirugía de vesícula con anestesia general a la que tuve que someterme a las 15 semanas de embarazo, sin garantía de que mi bebé sobreviviera a eso, lo cual fue aterrador.

Pero sobrevivimos y llegó mi hija por cesárea en marzo de 2016. Nació muy bien, sana, rosada, cachetona y con hambre. Y entré en pánico. Había leído mucho sobre lactancia materna y su importancia así que me impuse esa tarea con mucha crueldad hacia mi misma, sangraba, la leche primero no bajaba, luego tuve mastitis, lloraba de dolor.  Mientras tanto quería estar con mi hija pero tampoco sabía cómo, me daba miedo hacer todo mal. Me entró el miedo de “aquí ya no hay reversa y llegué a este cargo sin experiencia”.  Síndrome del impostor.

Y es que cuando uno es mamá primeriza no sabe hacer nada pero también tiene bien altas las expectativas y no quiere que se metan en su proceso. Eso  lo hizo muy duro para mi.

Mi esposo tampoco tenía ni idea de hacer nada  pero por fortuna aparentaba  mayor calma y seguridad y me dijo que debía ser básicamente lo mismo que criar un cachorro, si lloran es por hambre, pañal sucio, calor, frío, incomodidad o dolor. Revisemos cosa por cosa, y así hacía mientras yo lo miraba con los ojos bien abiertos.

Los primeros meses fueron muy duros para mi, no sentía que lo hiciera bien,  vivía cansada y con una sensación de esto es muy difícil, quizás yo no tengo el don, ¿será que soy la única mujer del mundo que se siente así? y eso me hacía sentir muy triste. Demasiadas películas, demasiados comerciales de Johnson & Johnson, demasiadas mamás de otras generaciones mintiéndonos sobre cómo es ser madre porque nunca nos cuentan esta parte. A ver básicamente no tienes ni idea qué hacer y tienes la responsabilidad de hacer que otro ser humano sobreviva, a pesar de ti y de tu inexperiencia.

Y mi hija, que ha sido muy sabia desde que nació me guiaba con amor y paciencia. Si, ella a mí. Era como si ella me diera la mano para transitar la maternidad juntas. Es como si la vida me hubiera puesto la hija hecha a mi medida, estoy segura de que así es. Y bueno a mi esposo que es el ser más maternal del mundo y del que tanto he aprendido en este proceso. Porque eso es otra cosa: ¿quién ha dicho que somos solo las mujeres las que debemos criar y las que nos la sabemos todas en este proceso?

Pasaron los primeros meses, combinamos lactancia con leche de tarro, me reconcilié con el tipo de madre que soy. Por ejemplo mis habilidades para peinar son terribles, pero horneo tortas de chocolate y pastelitos y cocino su pasta favorita con todo mi amor, pienso que siempre quiero que tenga algo rico y sano que comer mientras esté conmigo.

Pero también soy la mamá más nerviosa del mundo en el parque, si por mi fuera  que no se subiera a nada porque me da pánico que se vaya a caer. Por suerte,  la crianza es un trabajo comunitario, de tribu, y el papá, la tía y la abuela la llevan al parque  a miquear tranquilamente mientras yo no miro. Porque si miro grito.

Me encanta construir ciudades, colorear, leer y jugar juegos de mesa con hija. Soy extremadamente relajada en unos aspectos como que se ponga mi ropa,  que juegue y se ensucie, no sufro por eso la verdad. Pero  soy estricta en otros, por ejemplo la hora de dormir o que trate de comer verduras. tema en el que admito que no estoy triunfando.

Y así, me reconciliado con la maternidad.  La verdad, a medida que crece mi hija la encuentro más mágica. Es como que esos primeros momentos son la prueba de ingreso pero ya cuando estás adentro todo fluye más.  Esos primeros meses son muy duros de eso no hay la más mínima duda, pero ver a un hijo crecer es una experiencia de otra dimensión. Lo del cansancio si es verdad, tener hijos requiere mucha energía.

Cuando un niño aprende a hablar y te dice que lo que les duele es la pierna o la barriga la vida cambia. Cuando hablan y la relación deja de ser unidireccional esto es algo muy bello. Cuando les lees cuentos antes de dormir y te escuchan y les das besito y los arropas es hermoso. Cuando los ves crecer, ir al colegio, aprender a leer, a sumar, a restar, a solucionar retos, cuando te cuentan de su vida y de sus mejores amigos esto no se compara con nada en la vida. Si alguien te dice “mamá” con mucho amor debes sentirte privilegiado.

Cuando salgo con mi hija y vamos juntas a la librería a escoger cuentos. Cuando vamos de compras y me asesora. Cuando se da cuenta que tengo unos aretes nuevos. Cuando hablamos sobre lo bueno y lo difícil del día a día. Cuando nos abrazamos después de su día de colegio. Cuando me dice, mami te amo. O cuando me confronta y me dice que no está de acuerdo.

Ver crecer a mi hija me llena de amor, de orgullo, de plenitud. Me hace querer ser mejor persona. Cuando veo cómo actúa, cómo es con otras personas, sé que he hecho muchas cosas bien. Imaginarme quién será de grande, guiarla por la vida hasta donde sea posible, verla brillar, florecer, amar.

Ver crecer a una persona es crecer uno mismo pero en otro cuerpo, es reescribir su propia historia, y sentir que el mundo ya es mejor porque ella está aquí.

 

 

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