De perder a un bebé
Mi cuerpo, con una gran memoria del embarazo anterior se encargó de comenzar a crecer rápidamente. Ya estaba por comprar ropa de maternidad porque los jeans de siempre me apretaban, una barriguita pequeña se asomó muy rápido. Las nauseas llegaron gradualmente hasta volverse permanentes. Sentía mucha hambre. Estaba tan embarazada cómo se podía estar. Me sentía mamá, mamá de mi bebé de 7 semanas, para mi era un niño, en mi corazón se llamaba Antonio, para mi hija era una niña. Lo amábamos, la amábamos. El miedo a los retos de una nueva maternidad había desaparecido.
Hasta que llegó la primera ecografía. Mi esposo no pudo acompañarme porque tuvo que viajar por un tema laboral, yo lo liberé de la culpa y solo pensamos que sería una lástima porque se perdería un momento hermoso. Ver ese puntico en esa ecografía por primera vez es muy emocionante. Seguí a la sala, me cambié, me acosté, el médico me contó que esa máquina era de última tecnología y pondría la pantalla gigante para que yo pudiera ver todo bien. Ese es su “útero”, pero yo no veía nada, me di cuenta que él buscaba y buscaba. No decía nada, hasta que lo confirmó. El saco gestacional está vacío. “¿Cómo así?” “Señora, esto parece ser un embarazo anembrionario, “¿qué es eso? Nunca lo había escuchado”. Es cuando el embrión deja de desarrollarse en una etapa muy temprana del embarazo por alguna falla. Salí devastada de esa sala. Mi esposo me llamó emocionado “¿cómo está nuestro bebé?”, “nuestro bebé no está”. Me paralicé, lloré, lloré, lloré. Temblaba. Mi cuñada fue a buscarme para ir a casa
Al día siguiente fuimos al ginecólogo quien nos contó que había dos posibilidades: la primera que estuvieran mal las cuentas, la segunda que en efecto fuera un embarazo anembrionario. Nos explicó qué era, porque sucedía “fallas cromosómicas, la naturaleza que es sabia y hace selección natural y si ve que no es viable, el embrión deja de formarse, en todo caso debemos esperar varios días para repetir la ecografía y confirmar el diagnóstico. En caso de que no esté el bebé, debemos hacer un aborto porque todo el saco gestacional y todo el embarazo se formó”. Menos lo más importante. Fueron varios días muy duros, de espera, de angustia, pero ya imaginaba lo que venía aunque no perdía la esperanza. Siguen las náuseas, los pantalones siguen sin cerrar.
Llegó el día de repetir la ecografía y confirmamos que el embrión no estaba. ¡Que dolor!. Siguiente paso: ir por urgencias para proceder con el “aborto retenido”. Me recetaron pastillas para evitar el legrado “funcionan el 90% de las veces”. Las pastillas comenzaron a hacer efecto esa madrugada, 6 horas de cólicos y al día siguiente contracciones y dolores como de parto. Un dolor salvaje.
Días después tuve una nueva ecografía donde confirmamos que ya el aborto estaba culminado, eso es bueno pues no hay que hacer legrado. ¿Pero saben qué sentí? Un hueco en el alma porque ya no me quedaba nada de él. Todo lo que él fue alguna vez, por pocas horas o pocos días ya no estaba y yo ya no podré cuidarlo.